Sociedad.

Marcos Juárez

IPET 51 está en el top de las Escuelas Técnicas

El profesor Diego Barrera, uno de los impulsores del Proyecto “Eugín” un brazo robótico nos cuenta cómo los estudiantes de 7° Año lograron transformar un equipo olvidado en una oportunidad de aprendizaje de alto valor.

22-04-2025
  • Prof. Diego Barrera, Alumnos Facundo Agnese y Genaro Venier

En una esquina del taller del IPET N° 51 “Nicolás Avellaneda”, en la ciudad de Marcos Juárez, Córdoba, una pieza de metal con forma de brazo industrial resucita del olvido gracias a la curiosidad, el ingenio y la perseverancia de un grupo de estudiantes y docentes.

Se trata de Eugín, un brazo robótico Comau que, tras años de estar en desuso por una falla técnica, fue recuperado y puesto en funcionamiento por alumnos de séptimo año, en el marco de un proyecto pedagógico que articula robótica, programación, electrónica y, sobre todo, ganas de aprender.

Este proyecto, que comenzó como una actividad extracurricular sin presupuesto asignado, hoy representa un símbolo del espíritu innovador del IPET 51, una institución que viene apostando fuerte a una educación técnica centrada en el hacer, en la resolución de problemas concretos y en el trabajo colaborativo.

Un modelo de escuela técnica que evoluciona con su comunidad

El IPET N° 51 no es una escuela cualquiera. Fundada con un perfil tradicionalmente técnico, hoy se destaca por fomentar el desarrollo de proyectos tecnológicos con impacto social y formativo. Desde hace algunos años, bajo la conducción de un equipo docente comprometido, el colegio ha ganado reconocimiento regional por iniciativas que combinan robótica, inteligencia artificial, automatización y diseño, todo pensado desde las necesidades del entorno.

Para el profesor Diego Barrera,, el eje está en que los estudiantes “aprendan haciendo, y que ese hacer tenga sentido para ellos”. Con esa filosofía, lograron transformar un equipo olvidado en una oportunidad de aprendizaje de alto valor.

Eugín: una segunda vida para una máquina que enseña

El brazo robótico Comau llegó a la escuela en 2018 como parte de una política de actualización tecnológica. Sin embargo, venía con una falla electrónica que lo hacía inutilizable. Durante años, ocupó un rincón del taller. Algunos lo veían como una máquina obsoleta; otros, como un desafío.

Fue recién en 2023 cuando un grupo de estudiantes, entre ellos Facundo Agnese y Genaro Venier, decidió tomar la iniciativa.

“Nos propusimos hacerlo funcionar, aunque sabíamos que no sería fácil”, cuenta Facundo. “El problema era que tenía una falla de fábrica en una de las salidas del PLC, así que tuvimos que buscar soluciones alternativas.”

Aunque no lograron restaurarlo completamente, sí consiguieron poner en funcionamiento algunos de sus ejes. Eso permitió utilizarlo para simular movimientos, programar rutinas básicas y, lo más importante, generar un entorno de aprendizaje real.

“No es un equipo que se pueda usar en una fábrica, pero sirve perfectamente para aprender robótica en el aula”, explica Barrera. “Y para los chicos, es mucho más motivador programar algo que se mueve de verdad que simular en una pantalla.”

Trabajo voluntario, ganas reales

Una de las particularidades del proyecto es que ningún alumno está obligado a participar. “Esto no es una materia. Es un espacio que se da fuera del horario de clases, y los chicos vienen por decisión propia”, remarca Barrera.

Esta modalidad convierte a Eugín en una especie de taller abierto, donde los estudiantes pueden experimentar, equivocarse, corregir, y volver a intentar. Facundo y Genaro coinciden: “Aprendimos mucho más así, metiendo mano, que leyendo un apunte”.

El trabajo en Eugín también involucra documentar los procesos, generar registros técnicos, y compartir conocimientos con compañeros de otros cursos. De esta forma, se fortalece una cultura de la colaboración que trasciende los proyectos específicos.

Por qué “Eugín”: un homenaje con corazón

El nombre del proyecto tiene una historia especial. “Le pusimos Eugín en honor a Valeria Eugenia, una preceptora muy querida que nos acompañó durante toda la secundaria”, cuenta Genaro. El gesto es sencillo pero significativo: le da una identidad humana a una máquina, y resignifica el vínculo emocional con la escuela.

Eugín no es solo un brazo robótico. Es una excusa para volver al taller, para aprender, para compartir, y para dejar una huella.

Educación técnica con propósito: otros proyectos que inspiran

El caso de Eugín no es aislado. En el IPET 51 se desarrollan múltiples iniciativas que combinan innovación y compromiso social. Entre ellos:

  • Simulador de RCP con riesgos eléctricos: Un muñeco tipo “dummy” que incorpora efectos sonoros y visuales para enseñar primeros auxilios y prevención de accidentes eléctricos.

  • Traductor de lengua de señas con IA: Un sistema que, mediante una cámara y algoritmos de visión artificial, detecta y traduce el lenguaje de señas en tiempo real.

  • KeyEyes: Un mouse ocular pensado para personas con discapacidad motriz, que permite controlar una computadora con el movimiento de los ojos.

Estos desarrollos surgen desde el aula, pero con una clara mirada hacia el afuera. “Queremos que los proyectos tengan sentido. Que sirvan para alguien. Que dejen algo”, afirma Barrera.

Séptimo año: el puente entre la escuela y el futuro

El séptimo año de la tecnicatura es una etapa bisagra. Allí se condensan seis años de formación técnica, pero también se abren las puertas hacia el mundo del trabajo o los estudios superiores.

En este contexto, proyectos como Eugín no solo enseñan contenidos, sino que ayudan a los estudiantes a descubrir sus vocaciones. Varios egresados del IPET han seguido carreras universitarias en ingeniería electrónica, mecatrónica o desarrollo de software. Otros ya se insertaron laboralmente en industrias tecnológicas.

Facundo y Genaro, por ejemplo, ya tienen sus caminos definidos. Facundo planea estudiar ingeniería electrónica, mientras que Genaro se inclina por la ingeniería electromecánica. Ambos reconocen que su paso por la escuela y el trabajo en proyectos como Eugín fueron claves para tomar esas decisiones:

“Nos dimos cuenta de que esto realmente nos gusta, y que queremos seguir aprendiendo”, expresaron.

“El año pasado, uno de nuestros exalumnos empezó a diseñar circuitos para una empresa que exporta tecnología. Otro está trabajando en una multinacional de automatización”, cuenta orgulloso el profesor.

La inteligencia artificial como aliada, no como amenaza

A diferencia de los discursos alarmistas sobre el reemplazo de docentes por tecnologías, en el IPET 51 la inteligencia artificial se incorpora como una herramienta más en el proceso educativo.

“La usamos para analizar datos, para programar, para resolver problemas. Pero nunca reemplaza el criterio del estudiante ni del docente”, explica Barrera. “Lo que buscamos es que los chicos comprendan cómo funciona, para que no la usen como magia sino como conocimiento.”

Este enfoque crítico y constructivo es parte del ADN del colegio: formar técnicos con pensamiento propio, conciencia social y capacidad de adaptación.

El Proyecto Eugín es el ejemplo perfecto de lo que puede lograr la educación técnica cuando se la piensa desde la pasión, la empatía y el deseo de aprender. No se trata de tener la última tecnología, sino de darle vida a lo que hay, con creatividad y compromiso.

En el IPET N° 51 de Marcos Juárez, un brazo robótico que estuvo años inactivo hoy se mueve otra vez. Pero más importante aún: mueve ideas, mueve aprendizajes, y mueve sueños.

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